Ciudad en celo

-¿Cuál es el sexo de Buenos Aires, el obelisco, o el tajo de la 9 de Julio?
-Para mí es una mina. Una mina difícil. Brava. Que cuando no la tenés, la lloras, y cuando la tenés, a veces lo pasás bárbaro y a veces la querés tirar por la ventana. Te re putéas, pero nunca le llegas a decir que no la querés ver más. Porque la querés. Y te cuesta reconocerlo. Pero te es imprescindible, la necesitás. Pero ¿cuándo un porteño bien nacido va a aceptar que alguien le es imprescindible? ¡En los tangos nada más! En la realidad, ni en pedo. ¡Es una mina. Buenos Aires es una mina!

de “Ciudad en Celo”
Escrita y dirigida por
Hernán Gaffet


Acabo de llegar
no soy un extraño...

Cultura Antipulgas (Inédito)

Uno de los motivos “formales” de mi visita a Buenos Aires en mayo de este año era ocuparme del piso que había dejado allí en subalquiler. No había querido prescindir de mi contrato, y se lo había dado a una amiga que lo ocupaba y lo pagaba. Ganancia cero para mí, pero el resguardo de tener a dónde volver si Barcelona me sacaba de un cachetazo. Como la dueña del piso nunca supo de tal arreglo, en mayo de 2010 debía presentarme ante ella, como fiel inquilina del inmueble, para darlo de baja formalmente y devolverlo, vacío de mis muebles y mis cosas. Aunque lo único realmente propio ahí adentro era la nevera, que había comprado cuatro años atrás en dolorosas cuotas. El resto de los muebles eran préstamos provenientes de distintos fragmentos de mi familia, y sus antigüedades oscilaban con amplitud: un juego de comedor de 1970 –regalo de bodas de mis padres-, un mueble de comedor de 1978 restaurado en 2006, una cama simple con bajo-cama de 1976, dos mesitas de noche de 1987, una biblioteca de media pared de 1972, una silla de escritorio anterior a 1969, y algunos electrodomésticos por suerte un poco más modernos. Por supuesto que el primer piso de soltera nunca pretende ser otra cosa que un cambalache; menuda batalla campal se hubiera armado si los diseñadores originales de toda esa jungla de muebles se hubieran juntado al mismo tiempo en mi casa. De todos modos, tampoco es buena costumbre andar tirando muebles buenos. Por eso es que todo tenía su historia ya antes de llegar a mi pequeño piso, y todo tuvo su destino cierto después de él. Siempre hay alguien que los necesita, siempre hay alguien que puede volver a usarlos, siempre la moda decorativa vuelve, siempre las familias se disgregan y se agrandan. Y si no se prestan porque nadie los quiere, se revenden, se regalan o se donan. Y si están tan rotos que no se sostienen, pues para la leña de un buen asado servirán.

Menudo trabajo conllevaría la repartija de mis cachivaches que, junto con la excusa también de ver a mis seres queridos, ameritó un viaje transoceánico.

Pues hete aquí que en la ciudad de Barcelona las pulgas no se venden, ni se prestan ni se regalan. Se tiran a la basura o se abandonan en las aceras, y de ahí las saca el que las quiere aprovechar. Así es como en la ciudad hay pisos enteros decorados con muebles de la basura. Y yo que tenía en mi pisito de Buenos Aires un juego de comedor de 1970…

Mi nueva compañera de piso de mi nueva vivienda en Barcelona quiere remodelar todo. Remodelar: no reciclar. Remodelar: tirar, tirar y comprar. Y en eso está.

Surrealista debe haber sido el cuadro para todo el que anoche pasó caminando la puerta de mi nuevo piso, con mi compañera tirando, literalmente, todo el piso a la basura. Y cuando digo todo, digo: una mesa de comedor de ocho comensales de vidrio y acero, con sus ocho sillas haciendo juego. Un sofá de dos plazas. Un sillón de una plaza. Una mesita de salón baja de buena madera y diseño ultramoderno. Un escritorio de madera enchapada. Dos muebles de estanterías de pared. Una lámpara de pie de acero. Una mesa de cocina. Una silla grande de plástico acrílico. Dos cuadros pintados al óleo en su bastidor de tamaños descomunales. Un televisor color de tubo de 29 pulgadas en perfecto funcionamiento. Un calefactor. Dos ventiladores. Cualquier cantidad de vidrios, espejos, lámparas, lamparitas, caballetes, tablones de madera, adornos y demás chucherías. Y como si no fuera aún suficiente despilfarro, para todo ello contrató especialmente a dos hombres, que en dos horas desmontaron todo y lo bajaron paulatinamente por ascensor hasta el cubo de basura de la esquina.

Ahora que el piso está desierto esperando muebles nuevos, pienso qué fácil hubiera sido para mí, en mayo de este año, ahorrarme el pasaje a Buenos Aires y pedir que simplemente tiren todo a la basura. Aunque es un poco paradójico, porque supongo que si mi país fuera tan primer mundista como para permitir tales lujos de desapego, y la cultura económica no se basara en el reciclaje (ideológico, material) y la segunda mano, no me hubiera ido de él en primera instancia.
Julio - 2010

Son como amantes

Las ciudades son como amantes. Amantes mujeres y amantes hombres. No por su arquitectura sensual abundante de anchas avenidas o edificios gordos; sino por su humor, su carácter, su capacidad de darte y quitarte. Y por su personalidad.
Porque siempre habrá alguna que te abrace mientras otra te patea el culo. Siempre pueden deslumbrarte apenas entras, y tal vez luego te cansen, te aburran, te desilusionen. Siempre pueden ser igual al resto en la primera impresión, pero a medida que las recorras te pueden ir enamorando. Siempre tienen sus rincones, de belleza, de ternura y de erotismo. Siempre tienen ese olor, ese color, ese sonido. Ríen o gimen en tus oídos, y son capaces de hacerte cosquillas, en la panza y entre las piernas.
Se pueden brindar, transparentes y fáciles. Te pueden agredir, enojadas y caóticas. Pueden ser grises y coloridas, con pocos minutos de diferencia. Pueden cerrarte la puerta en la cara. O pueden llamarte, inclusive cuando ni te acordabas de ellas. Pueden reflejar el sol cuando te ven llegar. Pueden llorar tormentas cuando te ven partir. Pueden hablarte en un idioma tan extraño que aunque sea el tuyo nunca llegues a entender. Pueden darte la espalda o pueden abrirte su pecho. Pueden confesarte sus secretos, o pueden escondértelos; otra posibilidad es que te los vomiten.
Tienen nombres que en tu memoria hacen tanto eco como los nombres de tus álguienes. Tienen luces, para cuando no veas. Tienen el suelo firme, para cuando quieras derrumbarte. Tienen muchas estructuras sólidas, para que puedas sostenerte.
Las ciudades son como amantes, porque te reflejan. Te hacen creer en el amor que te expresan, cuando lo único que existe en realidad es el amor que tú sientes. Te intoxican con sus virtudes y te deforman con sus defectos, y de allí será tu ternura o tu frialdad. Las ciudades se te meten dentro. Y a pesar de lo que digan a tu ciudad tú la eliges: por pasión, por locura, por confort o por amor. Por lo mucho que recibes o lo poco que te niega.
Son como amantes, aunque hay una diferencia.
No tienen ego.
Las puedes dejar sin que se derrumben, y estarán fijas ahí para cuando quieras volver.

El culo lleno de preguntas

El hecho concreto:
el lunes 22 de noviembre del 2010, a las 6:50 hs, tomo un avión que me deja en Lisboa, después otro que me deja en Río de Janeiro, después otro que me deja en Buenos Aires. Saqué sólo el ticket de ida. Vuelvo. Vuelvo a mi país.

El bombardeo de preguntas que salen hasta de las bocas más inesperadas:
¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Es para siempre? ¿Y volverás a venir aquí algún día?
Sumado al bombardeo de afirmaciones que se formulan sin que yo las pida y mucho menos las confirme:
Claro, es que aquí no encontraste lo que esperabas. Claro es que aquí la crisis… ufff, allí estarás mucho mejor seguro. Si, es que allí tienes a tu familia. Con la crisis de aquí, para estar mal mejor estar mal en tu país. Me imagino debes extrañar muchísimo.
Y lo peor de todo, el psicoanálisis gratuito, que no solo no solicito sino que tampoco necesito, y sale de la gente que como no lo comprende, rebusca en sus propias motivaciones para así intentar cuadrar la incomprensión:
Seguro que si tuvieras un amor aquí no te irías. Seguro que si tuvieras trabajo aquí no te irías. Seguro que si tuvieras a parte de tu familia aquí no te irías.

La realidad es que no hay demasiadas explicaciones. Tampoco las había cuando me vine. Fue un porque sí. Ahora es igual. Necesitaba salir de Argentina, y estar en Barcelona. Ahora necesito salir de Barcelona, y estar en Argentina.
Sí, la falta de trabajo ayuda a mi decisión; no tanto por la carencia concreta sino por la manera en que se encara la crisis aquí.
Sí, la falta de un amor ayuda a mi decisión; pero más que nada porque me hace dar cuenta que nunca quise enamorarme de nadie de aquí justamente para no atarme.
Sí, la falta de mi hermana (que ya no vive aquí) ayuda; pero la decisión de volver a Argentina también hubiera sido tomada con ella a mi lado, solo que hubiera costado más.

Entonces ¿qué siento?
Que estuve mucho tiempo en esta ciudad pensando constantemente en qué pasaba en Buenos Aires.
Que siempre estuve enamorada de Barcelona pero también siempre supe que no sería para siempre.
Que estoy cansada: de las reglas inviolables, de la tranquilidad extrema, de que a veces no me entiendan aunque aquí también se hable castellano, de no poder compartir anécdotas de mi cultura, de sentir que esta ciudad tiene dos caras, de ser siempre una extranjera, y de la siesta.
Que nada de todo esto es mío, y no estoy muy segura de querer que lo sea.
Que me siento una extraña, una turista, una visitante.
Que siempre estoy más cómoda rodeada de argentinos, porque puedo hablar sin modificar una de cada cinco palabras.
Que las pequeñas tonterías de aquí que antes apenas me rozaban, ahora molestan como piedras de plomo en los zapatos.
Que los pequeños detalles de allí que antes apenas extrañaba, ahora me hacen falta con locura.
Que en esta ciudad lo malo pesa más, y lo lindo ya no brilla como antes.
Que quiero estar en casa, joder.
Que sólo quiero estar en casa.

Sí, la inseguridad, sí.
Sí, el circo político, sí.
Sí, la arrogancia de los argentinos, sí.
Sí, el machismo, sí.
Sí, el clasismo, la homofobia, el hermetismo ideológico, sí.
Sí, la violencia, no solo la relacionada con la indigencia sino la que profesamos todos y cada uno a cada momento, sí.
Sí, la hiperinflación, sí.
Sí, la sensación de hundirnos, olvidados de todo, de espaldas a todos y con nada por delante, sí.
Pero en casa.

Aunque sea un error, será un error mío. Y no siento que volver sea retroceder, porque el tiempo siempre avanza y el camino es hacia delante.

Llevo más despedidas adentro que certezas. Tengo miedo, un poco de tristeza, y el culo lleno de preguntas. Pero cuando tomé la decisión, algo adentro mío se encendió, la tormenta paró, y volví a respirar bien.
Tan simple como eso.
Entonces nada de todo esto puede estar tan mal.

Així esten les coses entre Barcelona i jo

A medida que llegan hombres se hace grande la ciudad.
A medida que los pies le crecen se le achica la cabeza.
A medida que crece olvida, hinchada de vanidad,
que bajo el asfalto está la tierra de los antepasados.
A medida que pierde la medida va llenándose de prisioneros,
de robinsones de andar por casa, náufragos en medio del barullo
que viven vidas pequeñas en pequeños mundos de hormigón.
Así están las cosas entre Barcelona y yo.

Mil perfumes y mil colores.
Mil caras tiene Barcelona.
La que Cerdá soñó, la que malogró Porcioles,
la que devoran las ratas, la que vuelan las palomas,
la que se remoja en la playa, la que trepa por las colinas,
la que por San Juan se quema, la que cuenta para bailar,
la que me vuelve la espalda y la que me da la mano.

A medida que la camino bajo los pliegues de su vestido
y le repaso las arrugas con la puntita del dedo
me silban las esquinas aquella vieja canción
que sólo sabemos la luna, Barcelona y yo.
La quiero desnuda y entera resbalando entre los dos ríos,
con sus fantasías y sus cicatrices.
La quiero con el entusiasmo de un recluta enamorado
porque está viva y porque se queja, mi ciudad.

Mil perfumes y mil colores.
Mil caras tiene Barcelona.
La que Cerdá soñó, la que malogró Porcioles,
la que devoran las ratas, la que vuelan las palomas,
la que se remoja en la playa, la que trepa por las colinas,
la que por San Juan se quema, la que cuenta para bailar,
la que me vuelve la espalda y la que me da la mano.


"Barcelona i jo" (traducción al castellano)
de Joan Manuel Serrat

Para escucharla:

Todos los hogares

Luego de dar de baja el alquiler de mi habitación en Barcelona, el 1º de noviembre, me estoy pasando estos días del mes, hasta que me vaya, vagando por casas amigas que puedan hospedarme. Una de esas es la casa en la que viví cuatro meses el año pasado. Antes fue como inquilina, ahora como invitada y amiga. (Y pensar que en lo que va de este año ya viví en ocho lugares distintos). Hoy volví a ducharme, entonces, en ese baño que hace un tiempo me fue tan familiar. Sin embargo durante mi ducha, tal vez por los dibujos de los azulejos o la textura de la cortina, un lapsus me hizo pensar que en verdad estaba en Argentina, pero no en mi ciudad, Buenos Aires, sino 260 kms más adentro, en la provincia, en la casa de mi amiga en la que paso los veranos desde hace más de diez años. Este lapsus viene siendo común en mí en este último tiempo. Producto de una pequeña gripe que me afiebra el cuerpo, y producto también de la decisión de volver que me aplasta los hombros y me revuelve las ideas, a veces me asalta una profunda ráfaga de desorientación y me tengo que quedar quieta unos segundos hasta poder reubicarme en tiempo y espacio. Así es como hoy duchándome en Barcelona creí estar en la provincia de Buenos Aires.
Creo que ser nómade tiene una parte muy mala, y es que llega un punto en el que todos los hogares por los que pasaste se te mezclan y confunden, al punto de engañarte. Pero ser nómade también tiene una parte muy buena, y es que te das cuenta que en el fondo, todos los hogares son el mismo.

Carta de Clara a un amigo en común

Amigo, amigo:
Acabas de vivir una experiencia que te “abrió la jaula”: conociste lugares, gente, ensanchaste horizontes y creciste un montón, una experiencia intensa en la que todos los días sucedían cosas nuevas y había algo digno de recordar y contar. Pero la parte negra es que esa experiencia terminó y regresaste a la cruda realidad: lo C-O-T-I-D-I-A-N-O, ese horrible tedio del día a día que acaba por jorobar la existencia.
El primer impulso que sentimos ante este regreso, aquellos que hemos descubierto el nomadismo como parte fundamental de lo que somos, dice: “¿por qué me regresé? Yo tendría que seguir allá, ¡esa tiene que ser mi vida!” Justo ahí es cuando viene lo interesante del “volar”:
Primero: hay que considerar que cuando estás de viaje y te encuentras inmerso en la belleza de la primera gran experiencia de volar todo se ve hermoso, todo es nuevo, feliz, intenso, digno de contar y las piedras que vas encontrando en el camino son fáciles de sortear y se vuelven secundarias ante todo lo maravilloso que pasa día a día. La cosa cambiaría si en lugar de viajar te fueras a instalar, es como el enamoramiento de una pareja, al tiempo pasa y salen los defectos.
Segundo: cuando regresas, en contraste con la experiencia maravillosa que viviste, el lugar anterior resulta horrible, viejo, gastado, tedioso y entonces empieza el pleito con el país de origen y corres el riesgo de asfixiar las cosas lindas que puedan salir al paso, o ni siquiera verlas.
El truco ahora está en cómo integrar la experiencia a lo cotidiano, porque lo quieras o no la Argentina es tu país y es ahora el espacio que tienes para estar, trabajar, realizarte (no lo planteo como lo definitivo, sino como lo presente). Se trata de disfrutarte y disfrutar el lugar en el que estás, cualquiera que éste sea. Si no aprovechas esta oportunidad que tienes ahora y te quedas sólo con el contraste negativo entonces querrás irte, pero te irás no porque tienes un mejor lugar al cual ir, sino porque no quieres estar donde estás y eso es huir, no volar.
Parte de la integración de la que hablo incluye un paso que a mí me parece que es el más difícil de todo el proceso: aprender a volar en donde estás. ¿Qué es eso? No se refiere literalmente a moverte de manera física como lo harías cuando viajas, porque sería un contrasentido, sino más bien integrar ese vértigo que se siente cuando vuelas a lo cotidiano, a llevarlo contigo donde sea que estés ¿recuerdas esa sensación de cuando estabas en Europa?, bueno, pues el objetivo es que no necesites viajar para vivirlo.
Ese método de vuelo es de cada quién, no te puedo dar la receta porque no existe, para mí por ejemplo, mis dibujos y el arte son mi manera de volar todos los días, eso es lo que me da vida, lo que hace que los días tengan sentido, lo que los hace interesantes y diferentes.
Se trata, de pasar de ser un avión a convertirse en un helicóptero.
Esto es un proceso, toma tiempo, a veces más del que quisiéramos, pero si lo logras te volverás una persona más entera y más feliz, porque el corazón es el primero que debe ser nómada.
Volar no es moverse de un lugar a otro, volar es ser libre de verdad.
Te quiero harto. Muchos besos!


Este correo fue escrito por Clara, para nuestro amigo en común, que anduvo tristón mucho tiempo después de dejar Barcelona.

Visiten clarakeys.wordpress.com!

Palabras de la muerte

Lo cierto es que durante los años que duró la hegemonía de Hitler, nadie logró servir al Führer con mayor lealtad que yo. El corazón de los humanos no es como el mío. El de los humanos es una línea, mientras que el mío es un círculo y poseo la infinita habilidad de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. La consecuencia es que siempre encuentro humanos en su mejor y en su peor momento. Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo. Sin embargo, tienen algo que les envidio: al menos los humanos tienen el buen juicio de morir.

"La ladrona de libros", de Markus Zusak, pp. 478

Esa noche soñé un sueño

Esa noche soñé un sueño que me dijo, al despertarme, que tenía que volver a Barcelona. Era mediados del 2008.
Casi un año después, volví.
En ese sueño yo estaba en esta ciudad, en la esquina de Paseo de Gracia y Av. Diagonal, en donde hay un monumento tipo obelisco, con una figura femenina a los pies. Es la esquina coloquialmente llamada Cinc d´Oros. Yo estaba ahí. Era de tarde. El día estaba claro, soleado y limpio. Había muchísima gente. Parecía una manifestación pero no había gritos ni protestas ni cantos ni pancartas. Solo mucha gente, detenida ahí, obstaculizando el paso vehicular y peatonal. Y yo en medio, sin nadie más. Mirando al inmenso obelisco barcelonés sobre el profundo celeste del cielo. Tenía que salir de ahí para encontrarme con mi hermana, que vivía por aquel entonces en la ciudad. Tenía que ir hasta donde estaba ella, aunque no sabía dónde estaba ni cómo llegar, porque no teníamos manera de comunicarnos. Ella me estaba esperando y yo no llegaría. Estaba perdida. Estaba sola. Estaba rodeada de desconocidos. Sin embargo, no me sentía perdida, ni sola, ni desconocida. Me sentía profundamente feliz. Todo era tranquilidad. Me invadía la certeza de que todo iría bien, de algún modo u otro mi hermana y yo nos encontraríamos. Conseguiría llegar a donde tenía que llegar. Conseguiría encontrarla. Me sentía en casa, tranquila y en paz.
Cuando me desperté lo supe. Tenía que volver a esta ciudad que hacía cuatro años había visitado, que me había enamorado por completo y que ahora me estaba diciendo, a la distancia, que volviera porque me estaba esperando.
Algunas semanas atrás, ya a finales del 2010, cuando decidí que el tiempo de Barcelona ya estaba caducado, y saqué mi pasaje de vuelta a mi país, quise tatuarme en el cuerpo algo de esta ciudad, para llevarla siempre conmigo, recordando ese amor loco que nunca había sentido por ningún otro sitio. El obelisco del Cinc d´Oros fue mi primer candidato. Mi único candidato. Hasta que desistí de llevar a esta ciudad en la piel. Siempre la llevaré adentro, y con eso me alcanza.

Hace poco me enteré que ese obelisco, si bien es de construcción anterior, fue resignificado y utilizado por el franquismo. Es un recuerdo de esas épocas de dictadura, y la mayoría de los catalanes se preguntan qué coño hace esa cosa todavía ahí.
Un símbolo del franquismo. Y en mi sueño era la encarnación de Barcelona, llamandome y esperándome.

Definitivamente, aquí pocas cosas son lo que parecieron ser.

7 de noviembre de 2010 - El Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Apostólica Romana visita la ciudad de Barcelona

Jesús de Nazaret se para en las laderas de los montes para que así lo escuche y lo vea la mayor cantidad de fieles posible.
Benedicto XVI celebra misa dentro de la basílica de la Sagrada Familia, frente a un selecto grupo de políticos y diplomáticos, a pesar de que sobra muchísimo espacio; y las cámaras que lo graban reproducen en simultáneo la misa al exterior, para un selecto grupo de gente con “pases VIP”, a pesar de que sobra muchísimo espacio, dentro de perímetros vallados, cerrados y exclusivos, delimitados alrededor de las pantallas y protegidos por la fuerza pública.

Jesús de Nazaret habla de la Ley de su Padre, la Ley del Amor, y así ama a prostitutas y pecadores, porque los ve a todos iguales, como hijos perfectos de su Padre perfecto.
Benedicto XVI habla de leyes médicas, y así condena al aborto y la eutanasia, habla de leyes humanas, y así invita a la mujer a conformarse con la crianza de los hijos y los quehaceres domésticos, habla de leyes sociales, y pide que se defienda el matrimonio entre portador de genitales femeninos y portador de genitales masculinos; sólo habla de la ley de dios como la ley del castigo eterno a los que están en contra.

Jesús de Nazaret pide perdón a su Padre por los pecados de los hombres; él viene a enseñar un camino fuera del odio, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.
Benedicto XVI pide perdón a los hombres por los pecados de su iglesia, aunque no hace nada para cambiarlos, y ni se le ocurre pensar en el voto de celibato (que es un invento ya que San Pedro, primer sumo pontífice de la iglesia de Jesús, estaba casado) como caldo de cultivo de perversiones y torturas sexuales.

Jesús de Nazaret camina entre la gente, que se arrodilla a sus pies y besa sus vestiduras, mira a los ojos a los fieles y sana sus enfermedades. No le preocupa ir bien vestido ni estar en peligro, conoce el camino que su Padre ha armado para él y se entrega a su misión. No es un ser político, es un ser de Amor.
Benedicto XVI pasa entre la gente en un coche a prueba de balas, bombas y fuego, y pasa muy apurado a 50 kms por hora, y así la gente que estuvo esperando toda su vida para verlo se conforma con el breve resplandor de sus elegantes ropas; no mira a nadie ni toca a nadie y saluda a las masas como un líder político.

Jesús de Nazaret come con sus fieles, no le importan los banquetes de lujo, ni tener el estómago lleno. Multiplica panes y peces para que todos coman por igual. Sólo le importa dar la buena noticia de su Padre.
Benedicto XVI come frente una comitiva de sacerdotes y políticos importantes, un banquete de lujo preparado para él, y para llegar al cual se apuró frente a la multitud que lo que quería ver pasar.

Yo me pregunto, ¿será conciente Benedicto XVI de lo poco que se parece a Jesús de Nazaret? ¿Se dará cuenta la gente en algún momento de que este circo católico (hipócrita, político, perverso, materialista y miserable) no tiene nada que ver con lo que Jesús profesó, ni con la Iglesia que vino a iniciar?

Yo fui católica 24 años de mi vida. Fueron 24 años sin Dios.
Ahora, gracias a Dios, sé que en la Iglesia Católica Apostólica Romana, Él no está.

(Luego de esta pequeña descarga sobre la vergonzosa visita de Benedicto XVI a esta ciudad, se me hace necesario hacer dos aclaraciones. La primera es que yo personalmente también estoy en contra del aborto. Pero si fuera la representante de una de las instituciones políticas más ricas del planeta, en vez de condenarlo mediante la palabra de mi supuesto dios, donaría dinero a las naciones para educación y salud sexual, y para que nadie tenga que llegar a eso. La segunda es que pienso la Fe es una de las cosas más maravillosas que tiene ser humano. Yo también la tengo, y creo más en Dios que en las teclas que estoy tocando ahora mismo para escribir esto, que en la pantalla luminosa que me devuelve mis palabras, que en mis ojos, que en mis pulmones, que en todo. Pero una cosa es la Fe en Dios, y otra cosa es esta iglesia; y yo no les veo punto de conexión. Nada más.)

(pesadilla recurrente)

En mis sueños Barcelona se inunda. Se cubre de mar. Siempre estoy en algún punto alto observando la costa. Siempre estoy con algún ser querido. Siempre todo se vuelve raro: las olas se hacen una pared alta y furiosa que avanza hacia nosotros. Salimos corriendo, gritamos, buscamos algún punto acaso más alto para salvarnos y, cuando llegamos a él, las olas nos siguen buscando y nos siguen pisando. Cuando el mar finalmente nos tapa, y amordaza todas las bocas y ahoga todos los oídos, el mundo es un silencio oscuro y frío.

Jamás imaginé que la catástrofe pudiera ser así de muda.

A veces lo último que siento es el agua llenándome los pulmones y tirándome hacia abajo como un yunque, y me despierto tosiendo, con dolor en el pecho y respirando a mordiscones. A veces sobrevivo al maremoto y recupero la conciencia en una pequeña isla en donde los otros sobrevivientes se organizan para rescatar ahogados, dividir tareas básicas, y apoyarnos en la crisis.

Me dijeron que tectónicamente es imposible que esto se dé en el Mar Mediterráneo. Pero en mis sueños Barcelona se inunda. Y es mejor irse volando.

¿Por qué en Barcelona los aviones rayan el cielo?


Pregunta formulada en mi blog hace más de un año.

Respuesta de Emilio, mi hermano: "El efecto que hace que aparezcan rayas blancas es el de la condensación que genera el calor de las turbinas en el vapor de agua del aire, que a esas inmensas alturas es muy frío. Las rayas son como nubes largas y muy finitas. Y no es que en Barcelona o en Europa los aviones hagan eso en el cielo y en Buenos Aires no. Lo que pasa es que la cantidad de aviones que se pueden ver en el cielo de Buenos Aires es muchísimo menor a la que se ve en Barcelona (que es sobrevolada a veces por hasta cinco o seis aviones que se dirigen a distintos puntos de Europa). Y además que cuando un avión sobrevuela Buenos Aires es que probablemente vaya o venga a o desde Aeroparque o Ezeiza. Entonces la altura a la que va es ya muy poca como para que el calor de la turbina genere ese efecto en el aire, porque el aire ya no es tan frío estando tan cerca de la tierra."

Respuesta correcta.