diccionario

argentino, -na: (Del lat. argentĭnus). Mamífero bípedo del orden de los Homo Sapiens, que habita el extremo sureste del continente americano. Se alimenta con su equivalente en peso de carne roja por año. Es adicto a la yerba mate colada con bombilla, servida calient, y al dulce hecho a base de leche condensada. Repite las palabras “boludo”, “re”, “che”, y “viste” con una frecuencia promedio de tres veces por hora. Tiene la manía de emigrar hacia otras zonas del planeta, producto de su permanente insatisfacción por el sistema social en que se desarrolla. Practica con frecuencia el muy celebrado deporte de la opinología, inclusive cuando se juega en áreas que desconoce por completo. Tiene por defectos la arrogancia, la soberbia, la agresividad, la acidez, el machismo, el racismo, el clasismo, la homofobia, el egocentrismo, la provocación, la indiscreción y la neurosis. Es a menudo invasivo, avasallador, intimidante, sobrador, juicioso y prejuicioso, estafador, corrupto y facilista, cualidades estas últimas para las cuales el léxico argentino tiene su propia definición: “chanta”. Acostumbra hablar a los gritos, tradición derivada de la érronea creencia de que esto le hará tener la razón indiscutible en los distintos asuntos sobre los que discuta. Tiene por virtudes la creatividad, la ocurrencia, la inteligencia, la calidez, el compañerismo, el sentido del humor, la sensibilidad, la jocosidad, la espontaneidad, y la plasticidad o capacidad de adaptación. Es a menudo sociable, confiable, cariñoso, amigable y simpático; y con frecuencia atractivo físicamente y seductor. Le rinde culto al cuerpo y a la belleza, lo cual hace que el sentido espiritual de su vida se encuentre varias veces atrofiado y hasta completamente desconocido de sí mismo. Es bastante trabajador y apasionado. Encuentra el placer viviendo al límite de las normas establecidas, e inclusive al límite de sus propias normas. Es una de las especies más extraordinarias del planeta, con su belleza excéntrica y su unicidad. Una experiencia que debe ser vivida, pero se aconseja consumir con moderación y leyendo con antelación atentamente el prospecto adjunto. Ante cualquier duda consulte a su propia conciencia.

"Argentina mi ex pareja"

Creo que la mayoría de los argentinos que se van no se van por odio, sino por amor. Como el amor inmenso que se le tiene a una pareja que uno ama pero con la cual no puede convivir; porque los ronquidos son más terribles que lo hermoso de compartir la cama, y por un millón de cosas más. El famoso “nos amamos pero no podemos estar juntos”, el famoso “nosotros que nos queremos tanto debemos separarnos”, el famoso “con el amor no alcanza”.
Uno no puede convivir con la estafa, la corrupción, la inseguridad, la violencia, la indigencia, la opresión, la ensalada política; y por eso se va. Se va buscando el orden, el civismo, el respeto, la seguridad, el “primermundismo”. Se va por los defectos de la Argentina, no por la Argentina en sí.
Pero después de un tiempo uno encuentra por sorpresa en la billetera, una foto carnet de esa ex pareja. Y sonríe, y la recuerda con amor. Recuerda las noches de dormir abrazados. Las mañanas de pereza de los domingos. Los desayunos en la cama. La ternura. La inteligencia. La admiración. El sexo. El cariño. El cuidarse en la enfermedad. Los regalos. Las conversaciones profundas. Los momentos compartidos. Las penas lloradas juntos. Las alegrías reídas juntos. La conexión y la empatía. Los momentos de familiaridad en silencio. El cocinarse el uno para el otro. Los primeros besos. Los nervios en la panza. Los rincones del cuerpo del otro. Las caricias. La boca. El cuello. La nuca. Los ojos. El olor. El aliento. La voz. Su cara al dormir. Su cara al despertar. Su sonrisa… Recuerda todas las cosas que amaba. Todas las cosas que extraña, las cosas que dolió dejar cuando la intolerancia era más importante.
Y así uno, inmerso en el dolor y melancolía de pensar en el gran amor de su vida y aún reafirmando que no volvería, acepta que de todos modos, siempre estará enamorado.

Extraño todo lo que no es

Estoy empezando a darme cuenta el por qué de los qué. Ya pasó el tiempo del encantamiento y la idealización, el tiempo de estar asqueada de mi país y enamorada de todo lo que estuviera por fuera sus fronteras, y ahora empiezo a darme cuenta de que algunas cosas son una cosa, y algunas otras cosas son otra cosa.
En Barcelona, me gusta el orden, la responsabilidad y el civismo de la gente. Me gusta que los completos desconocidos no descarguen su agresividad y su frustración autoprofesada, porque sí, en mi cara. Me gusta que los servicios y organismos públicos funcionen, y funcionen bien. Me gusta que la gente no me mire ni me juzgue gratuitamente por la calle. Me gusta que los que me desconocen por completo me respeten. Me gusta haber perdido la costumbre de viajar en metro con una mano en la cartera, y de agarrar fuerte mi mochila o mis bolsas cuando voy por la calle. Me gusta la tranquilidad y la facilidad con que todos siguen las reglas. Me gusta que los crímenes de cualquier tipo no sean moneda corriente. Me gusta no escuchar todos los días la cantidad de gente que muere acribillada en su propia casa, luego de ser robada y torturada, por menores de once años. Me gusta no sentir constantemente miedo, me gusta no sentirme constantemente amenazada, me gusta no sentirme constantemente agredida. Me gusta escuchar todos los días condenas hacia el pensamiento machista, y hacia el pensamiento homofóbico. Me gusta no estar rodeada de gente que ensalza el machismo y la homofobia. Me gusta haber descubierto que caminar por una ciudad de noche y en soledad es hermoso, me gusta que mi vida no corra peligro mientras lo pruebo. Me gusta que los periódicos hablen de todo un poco, y no solo de corrupción, muerte, crimen, ensaladas políticas, enriquecimientos ilícitos, alianzas de poderío, tasas de delincuencia, tasas de desocupación, aumento de las villas miseria, aumento de la clase baja, aumento de la clase alta, desaparición de la clase media, marchas, huelgas, disgustos, represión, insatisfacción, infelicidad. Me gusta haber perdido la costumbre de desear que se mueran unos cuantos. Me gusta haber aprendido que lo más efectivo es desearles que sean felices.
Me gustan las calles de Barcelona. Me gusta la playa. Las comodidades. El movimiento “progre” y “sociata” de la ciudad. Me gusta. Me gusta todo. Y lo vivo y lo disfruto a más no poder. Día a día. Con una gratitud indescriptible.
Pero nada de esto es mío. Nada.
En la calle solo veo caras extrañas. Lenguas y acentos diferentes. Lugares ajenos.
Barcelona es una fiesta, y yo estoy invitadísima. Pero no conozco al que la organiza. Ni al dueño del lugar. Ni al que sirve bebidas ni al que pasa la música. No conozco al resto de los invitados, y bailar sola a veces resulta aburrido. Y triste.
Los turistas se divierten, y se sienten como en casa. Pero ¿quién no se siente dueño de todo cuando está de vacaciones?
Me gustan todas las cosas que tiene esta ciudad para ofrecerme. Pero no son cosas mías, y no puedo quedarme acá solo para disfrutarlo. Lo único que hago es desearle las mismas suertes a mí lugar. No puedo decir “odio Buenos Aires que no tiene todo esto” y “elijo Barcelona porque sí lo tiene”; lo único que quiero es que Buenos Aires algún día también las tenga. Esperar que llegue ese día, en que pueda dejar de comparar. Tratar de construir todo esto. Para tenerlo, y disfrutarlo, y entonces estar orgullosa de mi ciudad y de mi país.
Hace un tiempo Martín Espinach me dijo “de Argentina solo extraño una cosa, y es todo lo que no fue”. Recién ahora empiezo a entenderlo.