Lo malo de vivir en un país libre es que los hijos de puta también derecho a manifestarse (Inédito)

I. Sachsenhausen y el ejercicio del nazismo.

El 12 de octubre de 2010, llamado en la Península Ibérica el día de la Hispanidad, yo esta viajando a Berlín, Alemania, en donde durante cinco días aprendería bastante sobre historia alemana. En especial sobre ese período oscuro entre 1919 y 1945, en donde se adoptaron ideas un poco extremas y se cometieron unas cuantas atrocidades en nombre de ellas. El nacional-socialismo se amamantó de los pensamientos que se venían gestando durante el siglo anterior sobre las razas y su pureza, y consideró que ése era el problema de la crisis en el país. El patriotismo pasional, el concepto de pertenencia y defensa de la cultura, la raza, la sociedad y la nación penetró como una aguja bien aguda en los corazones devastados ante la propia nación destruida, y poco a poco todos estuvieron de acuerdo en que había que erradicar el comunismo, erradicar a la raza judía (que estaba muy involucrada en los capitales locales), y erradicar a todo el que fuera en contra de ello. La pureza debía reflejarse en los genes y en los ideales. La unión hacía la fuerza: el que no estaba unido, estaba en contra, y tenía que ser exterminado. Porque de eso se trataba la erradicación de la oposición: del exterminio.

El 15 de octubre visité el campo de concentración de Sachsenhausen, el más cercano a Berlín. Fue uno de los primeros campos de concentración alemanes, sirviendo como modelo arquitectónico y organizativo, típico e ideal, para los muchos otros que vinieron después. En principio los campos de concentración eran cárceles de reclutamiento en donde los prisioneros eran utilizados para trabajos forzados, alimentando a la industria pesada alemana (incluida la bélica) a desarrollarse exitosamente a bajísimos costos durante los tiempos de guerra, no habían sido pensados primordialmente para exterminar sino para explotar. Para exterminar estaban los campos específicos de exterminio, aunque todo campo de concentración tenía también su Estación Z en donde había varios fusiladeros: fosas de ejecución, cámaras de gas pesticida y agujeritos ciegos de donde salían balas que iban directo a los cráneos de los marginados del régimen. De todos modos, aseverar que un campo de concentración no era un campo de exterminio es bailar sobre un límite muy frágil. Todo depende de lo que quiera decir para cada uno exterminar a un ser humano.

Los prisioneros (que en principio eran solo adversarios políticos al régimen nacionalsocialista, después progresivamente miembros colectivos que los nazis consideraban inferiores biológica o racialmente, y a partir del año ‘39 cada vez más ciudadanos de los estados ocupados de Europa) llegaban al campo por supuesto privados de su libertad y previamente despojados por completo todas sus pertenencias materiales. Apenas llegar eran afeitados y rapados, desvinculados de sus nombres propios y tatuados como ganado con un número que también se cosía en sus uniformes, que eran todos iguales, junto con un triángulo de color que los acusaba de judíos, comunistas, homosexuales, despatriados, reincidentes o cualquier otro pecado antinacionalsocialista, así los vigilantes del campo (oficiales del Servicio Secreto Alemán –SS-) sabían con qué clase de sátrapa estaban lidiando. Éstos eran simplemente los pasos iniciales del proceso de desindividualización del prisionero, que servía en su conjunto para someter no sólo física e ideológica sino también simbólicamente, a los cautivos al poder absoluto de las fuerzas de la SS. Los prisioneros vivían hacinados en barracones (los habitantes por barracón llegaban a triplicar su capacidad original) dispuestos frente a la torre de control respondiendo a un esquema panóptico.

La rutina era sencillamente fulminante. Los prisioneros se levantaban antes del alba, debiendo asearse, desayunar y dejar limpio el barracón en 45 minutos. El término desayunar por supuesto que era relativo: el menú era una taza de café y un mendrugo de pan duro (que a nadie se le ocurría comer en ese momento, sino que se guardaba para ir masticando de a miguitas durante todo el día), único alimento que los presos percibirían hasta la cena, al finalizar la jornada. El término asearse también era por supuesto relativo: cada barracón contaba con una gran fuente y pequeños lava pies, por los que corría un circuito cerrado de agua, la misma agua para todas las caras, los cuellos, las manos y los pies durante el período de un mes. Los prisioneros podían bañarse de cuerpo completo con suerte una vez cada treinta días, y si necesitaban orinar o defecar debían hacerlo rápido frente a otros quince compañeros, en las únicas dieciséis tazas que contenía el barracón para aproximadamente 300 huéspedes.

La formación se daba en el patíbulo, allí los prisioneros eran contados (durante los crudos inviernos no importaba el frío extremo, total los agentes de la SS estaban bien abrigados) y las filas no se deshacían hasta que el número de cabezas no coincidiera con el recuento del día anterior. Si algún prisionero había muerto durante la noche, sus compañeros de barracón lo arrastraban de todos modos a las filas, para hacer efectivo el control y no tener que permanecer incontables horas enfilados. Si alguna cabeza faltaba, la formación debía permanecer inmóvil hasta saber del paradero de la cabeza faltante; en este ejercicio del orden y el poder, cuando el clima alemán azotaba con grados bajo cero, muchos morían congelados o sus miembros se gangrenaban y debían amputarse. Ante los prisioneros formados también muchas veces se llevaban a cabo ejecuciones con el fin de amedrentarlos.

Terminadas las tareas extremas en jornadas de catorce o dieciséis horas, los prisioneros cenaban un plato de sopa y una patata, expuestos al olor de los manjares reales que emanaba la cocina de la casa del comandante, en donde éste vivía con toda su familia en la más completa comodidad (muchas de estas familias aseguraron que el período de tiempo que vivieron en el campo fue el más lujoso y satisfactorio de toda su vida). En total, la dieta diaria de los condenados acumulaba menos calorías que las que hoy tiene una lata de Coca-Cola.

Desesperados y deshumanizados, muchos intentaban escaparse traspasando los muros del campo a plena luz del día para así ser aniquilados en fuga; pero cuando se hizo demasiado claro que éste era un método de suicidio, dejó de ser efectivo. Los escapistas eran entonces capturados y torturados, arrebatados así hasta de su derecho a morir cuando lo decidieran.

Además de la producción bélica y metalúrgica, la industria médica y bioquímica también se vio favorecida con los campos de concentración alemanes. Los prisioneros eran vendidos como ganado a las grandes farmacéuticas para que se experimentaran medicinas nuevas con ellos. Dentro del propio Sachsenhausen existían dos barracones destinados a enfermería, en donde no se curaba a nadie sino que se cometían crímenes médicos y experimentos con humanos. A la morgue que allí se albergaba llegaban los cadáveres de los presos para ser expuestos a una falsa autopsia y así alegar muertes por causa natural en lugar de muertes inducidas a punta de fusil, a boca de pesticida, a pico de tortura, a manos de la desnutrición, y a demás causas promovidas y claramente dolosas. Tal vez entonces lo más macabro de todo era la máscara de legalidad con la que estaban encubiertos los procesos de tortura y exterminio dentro de los campos. Si no hubiera sobrevivido ni un solo cautivo, si no hubiera flaqueado la conciencia de un solo testigo, si no hubieran persistido los documentos que reflejaban las prácticas y costumbres reales que allí se ejercían (en su mayoría cartas escondidas y dibujos de los presos), hoy en día pensaríamos que Hitler salvó la economía alemana de la mano de millones de voluntarios que se dedicaron a trabajar para la maquinaria industrial de la guerra, y a dar la vida por su patria; almas liberadas por el trabajo y el amor a su nación herida.

Lo que queda es que todos y cada uno de estos actos de horror, día a día, minuto a minuto, se llevaron a cabo sostenidos por el ideal de una raza e ideología superiores, con el ejercicio de un falso derecho a reducir y a aniquilar cualquier elemento que estuviera contaminando esa pureza dictada por las ciencias biológicas, humanísticas, y aparentemente también por la propia razón del ser humano superior.


II. El MSR y su manifestación.

El mismo 12 de octubre de 2010, llamado en la Península Ibérica el día de la Hispanidad, en que yo esta viajando a Berlín, Alemania; ese 12 de octubre, sesenta y cinco años después y como si no hubiéramos aprendido nada de la experiencia fatal de más de 2.000.000 de seres humanos, se reúne en el centro de Barcelona un grupo de neonazis llamado Movimiento Social Republicano. MSR para los amigos, si es que esta gente tiene amigos.

Se reúnen, tal como lo hacían los recién horneados nacional-socialistas en 1919, para manifestarse y aplaudirse mutuamente en sus ideas sobre la actual crisis que azota al país, hablando entre otras cosas en contra de la inmigración masiva, de la pérdida de su identidad europea, española y catalana, y culpando a la multiculturalidad de estar destruyendo a su nación al provocar un aumento de los conflictos sociales y al hacer que la vida sea indigna para los ciudadanos naturales de la región, que no merecen dicho pasar. Proponen así el retorno de todos los inmigrantes, tanto legales como ilegales, a su lugar de origen de acuerdo con las necesidades reales de la economía, la sociedad y la cultura autóctonas. Explican que según ellos los movimientos migratorios de grandes masas de personas provocan la destrucción cultural tanto de los desplazados como de los que sufren su llegada, en provecho de una cultura inhumana basada en la economía del consumo desmedido, ya que entienden que los inmigrantes han sido llamados por la clase política aliada con los intereses de las grandes empresas multinacionales, para aumentar los beneficios y degradar las condiciones laborales, así como para someter a la desaparición a los valores nacionales de trabajo y prosperidad. Apuestan por una supuesta nueva manera de homenajear a su nación dentro de la diversidad cultural de la que ésta goza, pero siendo conscientes de que solo con la unidad del pueblo se puede hacer frente a las grandes amenazas que suponen la globalización, la inmigración masiva y las políticas nefastas a nivel social, educativo y laboral. Los voceros hacen hincapié en el peligro que supone la inmigración como elemento destructor de la cultura legítima, recalcando que (cita de Béla Kovács, miembro del bureau político de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales -AEMN-) «en esta Europa invadida por la globalización y el materialismo, es muy necesario mantener la llama de los valores patrióticos, como la familia y la tradición, pero también tenemos que luchar por la justicia social y los derechos de nuestros ciudadanos contra los ataques de la globalización”. La multitud, en su mayoría skin heads vestidos con borceguíes de guerra y todos identificados con un brazalete con la insignia del MSR (una llamita negra junto a una llamita roja), responde a cada idea expuesta con un gran aplauso, visceral y escandaloso, y alza sus brazos al unísono al grito pseudo bélico de “¡Viva España!”. Siguiendo en dicha tónica, se critica el concepto de nacionalidad que tienen los que consideran catalán a cualquiera que hable dicha lengua independientemente de su “compatibilidad cultural” (concepto totalmente nuevo, hasta ahora sólo usado en la genética o en las ciencias biológicas o exactas, nunca el las humanas). Y se manifiestan en contra de las mezquitas y otros templos de creencias asiáticas y africanas, porque allí se defienden valores antieuropeos”. Preside el acto el señor Jordi de la Fuente, vicepresidente español de la AEMN, que también habla de la inmigración como un problema a combatir inmediatamente, centrando en ello la campaña de su candidatura a la presidencia de la Generalitat de Catalunya.

Por las dudas, haciendo caso omiso del ridículo contrasentido, el MSR se manifiesta orgullosamente en el llamado Día de la Hispanidad, día que conmemora el inicio de la invasión sangrienta e inhumana de la nación española a los pueblos americanos precolombinos, en donde se destruyó sin más la cultura de un continente entero para imponer la cultura europea que ahora tanto se intenta defender y victimizar ante la amenaza inmigratoria.

Se hacen llamar social-patriotas, pero son nacional-socialistas: nazis, en una versión renovada pero oliendo igual que siempre. Llevan llamitas rojas y negras en el brazo, pero es como si llevaran una cruz gamada negra en un fondo blanco circulado de rojo. Alzan sus brazos al grito de “Viva España”, copiando el gesto del brazo en alto del “Heil Hitler”. Por suerte todavía no hablan de exterminio, pero pecan de adorar las palabras pureza, tradición, buena costumbre, homofobia, antieuropa, anticultura; y lo hacen concluyendo que ellos solamente entienden que o se acepta esta postura, o se está absolutamente en contra, es decir, se bautizan fascistas. Se creen que honrar así a sus naciones y patrias es emotivo porque sale de sus entrañas y defiende sus identidades, cuando lo único que hace es fomentar el odio y la diferencia, la segregación, la discriminación, el racismo y la xenofobia, pecados que todos pagamos muy caros durante todo el siglo XX, y de los que supuestamente tendríamos que haber aprendido algo.

III. Cuidado

Tal vez se me juzgue de exagerada. Y tal vez parezca extremo detallar las prácticas que se llevaban a cabo en los campos de concentración alemanes, que aparentemente no se relacionan en nada con lo que defienden los adeptos al MSR.

Yo solo invito a seguir a esta gente muy de cerca y con mucho cuidado, porque están calcando los inicios del nazismo, sin la palabra exterminio pero con los mismos discursos y motivaciones de Hitler. Y el ser humano es el único animal que tropieza dos o más veces con la misma piedra. Y volver a perder la cabeza puede no costar nada en un continente en crisis. Vigilen. Por favor, vigilen.


Y a los ciegos del MSR les quiero decir algunas cosas:

La primera es que quisiera saber qué hubierais opinado vosotros de la inmigración masiva cuando la Guerra Civil Española y luego la Segunda Guerra Mundial echaba a patadas a miles de vuestros ciudadanos hacia las costas americanas, en donde fueron bienvenidos, sobrevivieron, trabajaron, crecieron y se desarrollaron, sin que nadie los bautizara de “antiamericanos” o “anticulturales”, más bien todo lo contrario, siendo aceptados y entremezclados. ¡Ah! Cierto… Vosotros hubierais estado entre las huestes del Generalísimo F.F., por eso ni os imagináis lo devastador de la emigración europea durante estos períodos…

La segunda es que si os quejáis de que los inmigrantes os roban los puestos de trabajo, será que lo hacen porque ellos trabajan más o mejor que vosotros. O porque hacen las cosas que vosotros no queréis hacer. O tal vez porque aceptan hacerlo por menos dinero, dispuestos a ocuparse, crecer y progresar en lugar de quejarse. Y en cuyo caso el que tiene el problema es el que roba su fuerza de trabajo y los explota, que debe de ser tan español de pura cepa como todos vosotros, así que el inconveniente no está en la sangre ni en la cultura ni en la nacionalidad ni en su pureza, sino en las ganas o no de ser un explotador y un hijo de puta. Y eso lamentablemente no tiene nación ni identidad exclusivas.

La tercera es que la inmigración en la era de la globalización no es un asunto exclusivamente vuestro. Para vuestra información (que parece desnutrida por estos días) Argentina recibió, solo en 2010, más de 100.000 inmigrantes españoles, tan puros y perfectos como todos vosotros. ¿Acaso os gustaría que fueran devueltos como vosotros pretendéis hacer con vuestros intrusos? ¿Acaso os divertiría que los argentinos se juntaran en las plazas a conspirar contra vuestros hermanos españoles? ¿No sería más productivo cuidar a vuestros emigrantes y evitar que se expatríen, que rechazar a vuestros inmigrantes? ¿Acaso no tenéis nada bueno que aprender del que es diferente?

La cuarta es mi sarcástico deseo de que ojala no os veáis nunca obligados a abandonar vuestra tierra madre por falta de oportunidades. Aunque así entenderíais lo difícil que es estar lejos, y cuánto más cuesta arriba se os haría si fuerais discriminados. Pero no os preocupéis: seguir escupiendo para arriba pensando que nunca os caerá devuelto en la cara.

Y por último, desde mis entrañas, os digo que tengáis cuidado, que mientras vosotros estáis ocupados en dar discursos solemnes, vuestros hijos se están tirando a un sudaca, a un morito, a un chino o a un paqui, del mismo sexo que ellos.


La historia ya le demostró a la gente como vosotros que estaba equivocada.

¿Acaso no aprendisteis nada?

3 comentarios:

  1. Mucha demagogia, poca cultura.

    Adelante MSR

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  2. Mucho fascismo, poca cultura, pocos huevos "Anónimo" ;)

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  3. Magnífica introducció històrica i pertinent toc d'atenció sobre el feixisme larvat, inhumà, cec i diabòlic que erròneament crèiem superat. Felicitats, Pepa.

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