Siempre se llamó Valija pero acá le decían “Maleta”

Llegó a mí el 10 de mayo del 2009 un poco rota y viejita, para acompañarme a Barcelona por primera vez, llena de ropa de verano e ilusiones, porque mi mamá no la quería más.

Hizo así Buenos Aires - Santiago de Chile, Santiago de Chile - Guayaquil (en donde tuve que ver que la aduana la abriera, la revolviera y la investigara, por “razones de seguridad y protocolo al azar”), Guayaquil – Madrid; en avión. Recorrió considerable porcentaje de la ciudad de Madrid, durante dos días, para después subirse a un bus hasta Barcelona.

En Barcelona me acompañó hasta mi primera casa, Calle Ávila 21, donde se quedó quietita un mes. Después nos fuimos a mi segunda casa, Calle Cadí 21, donde nos quedamos cuatro meses. Y después a mi tercera casa, Calle Trobador 17, y esta vez acompañadas de bastantes bultos más y con la ayuda de Olguita, mi amiga estoyparatodo. Todas estas mudanzas se hicieron en transporte público: exquisita combinación de metros, buses, escaleras mecánicas, enlaces de líneas, escaleras fijas, ascensores y calles en desnivel. El mismo día de esta última mudanza, por la noche, ayudó a mi amiga Claudia en su propia odisea, llevando cosas de su casa a la mía, para tenerlas guardadas mientras ella se ausentaba unos meses de Barcelona con destino incierto. Así estuvo, dentro de mi armario y llena de sabe Dios qué cosas, durante tres meses, hasta que ella volvió, se la llevó hasta su entonces nueva casa, la vació, y me la devolvió, disponible y con hambre. Y a los pocos días otra vez mis cosas, para mi viaje a Buenos Aires. Y así viajó, con mi ropa de media estación y todas mis dudas (con razón tuve que pagar € 35.- de sobrepeso a la aerolínea), las treinta y dos horas que duró mi viaje, combinando bus por España, avión hasta Lima, transbordo (preguntando siempre por ella hasta que los agentes me prometieran que estaba a salvo), avión hasta destino, y coche hasta la casa, Avenida Callao 787. Entonces quedó vacía y casi olvidada por tres meses, esperando.

Poco más de un año después de haberla llenado por primera vez, la rearmé con todo lo que entró y más dudas e ilusiones que nunca, y así hicimos juntas otra vez Buenos Aires – Lima, Lima – Madrid, en avión; y Madrid-Barcelona en bus. Y desde la estación de bus en taxi a casa de Olga (a donde llegué apenas llegué). Y en lo de Olga estuvo dos semanas sin abrir, sirviendo de afila uñas al gato, que se ensañaba con su textura rugosa y su olor a usado. Y de lode Olga a mi piso actual, Enric Granados 91, también en metro, escaleras fijas, enlaces, escaleras mecánicas, ascensores y calles en desnivel.

Después de esta última epopeya tuve que tomar la triste decisión. Tiene las rueditas tan chuecas que ya no giran y anda arrastrando el culo como prostituta rancia, y en ese achaque se le gasta, se le llena de mugre y hace un ruido que no se lo aguanta ni ella. Está tan rota en su estructura que ya no tiene forma de valija. Y arrastrarla es más trabajoso y desquiciante que cargarla en el aire a su propio peso.

Decisión tomada y todo, tardé dos o tres semanas en hacerlo.

Hasta que hoy, 14 de julio del 2010 y con mis recuerdos como testigos, dejo mi vieja valija bordó, cómplice de emociones, dudas y cambios, al lado del contenedor de basura en una esquina de Barcelona.

Si a alguien le sirve se la llevará y empezará otra historia para ella. Historia de viajes, ilusiones, mudanzas, ayudas, miedos y certezas.

Si a nadie le sirve terminará sus días, sabiendo que fue siempre útil, siempre buena, siempre compañera. La ayuda amiga que hace falta en toda aventura.

Adiós, querida. La mano derecha en el pecho, y mi minuto de silencio…


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