Solo le pido a Dios

Diez minutos es lo que tengo de descanso en el trabajo durante una jornada de seis horas y media. Lo suficiente para ir al bar de la esquina y fumar un cigarrillo tomando un café con leche con hielo (costumbre local, que suena bastante lógica y sabrosa con días de 30ºC y 87% de humedad). Una buena opción para desconectar la cabeza parece ser la pantalla de televisión gigante que está siempre en un canal de videoclips. A veces la música del bar coincide con la de la televisión, a veces no.
Hoy no fue un día muy diferente del resto, me voy a mi descanso, pido el café con leche, lo endulzo, lo trasvaso a un vaso con seis hielos, y lo revuelvo para enfriarlo bien. Prendo mi cigarrillo, y miro hacia la tele. Empieza un video clip. Es Ana Belén, una famosa cantante española, con voz potente y personalidad dulce: la reconozco enseguida.
De golpe, como una bofetada, escucho que está cantando “Solo le pido a Dios”, una versión un poco más rockera que la original de León Gieco, poeta y cantautor argentino. Me vienen automáticamente algunas imágenes de los recitales de León Gieco: en la Cancha de Velez del barrio de Liniers, en la playa de Punta del Este, Uruguay, en los bosques de Palermo en Buenos Aires. Y cuando el nudo en la garganta ya es bastante ineludible, me veo obligada a reconocer algo: extraño mucho a mi país. No entiendo exactamente por qué, y no sé si tiene mucha explicación. Simplemente es así. Lo extraño. Y necesito no olvidar.
Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente
si acaso por medio del dolor tengo que pertenecer a la República Argentina,
y que la reseca muerte no me encuentre
vacía y sola lejos de casa, sin haber hecho lo suficiente por intentar cambiar mi país para hacerlo cada día un poquito más un lugar en donde elijo vivir.
Sólo le pido a Dios que lo injusto no me sea indiferente,
que me ayude a aceptar que no nací en un lugar muy inteligente emocionalmente, ni muy progresista, ni muy vanguardista, ni muy tranquilo, ni muy seguro, ni muy honesto, ni muy ordenado, ni muy desarrollado; que me ayude a aceptarlo no con resignación sino con amor, con el amor de quien pone la otra mejilla para que se la abofeteen, si ello sirve para que el agresor crezca. Y que me abofeteen entonces la otra mejilla después que una garra me arañó esta suerte, de poder sentir la diferencia entre Buenos Aires y acá, y aún así saber que amo Buenos Aires, que la sigo amando, como siempre.
Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente,
es un monstruo grande y pisa fuerte
toda la pobre inocencia de la gente.
Que me de compasión con la herida del pueblo catalán;
pero que también me recuerde de la herida de mi país, de los reprimidos y desaparecidos de la época de la dictadura y predictadura, y de los tantos otros muertos de la democracia: de mí país. Del mío.
Sólo le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente,
aunque yo no esté desahuciada
ni “tenga” que marchar para vivir una cultura diferente.
Que el respeto hacia el idioma catalán no me sea indiferente, porque es un idioma amado y defendido que sobrevive hace miles de años; pero que también recuerde que el castellano y el acento de los argentinos son hermosos y únicos, y nos hacen reconocibles y nos acercan a otros.
Y que el aprendizaje no me sea indiferente
para aprender cómo se hacen las cosas acá,
pero que también recuerde cómo se hacen en mi país, en donde también hay muchas cosas que se hacen muy bien.
Solo le pido a Dios que me regale nuevas amistades, internacionales y sin barreras; pero que también me recuerde de las amistades de Argentina, y que no hace falta haber nacido en continentes diferentes para ser diversos y por ello fascinantes.
Sólo le pido que acelere el latido de mi corazón cuando me cruce con un argentino tocando música en los pasillos del metro: un tango o un rock, o cualquier melodía que sólo él y yo compartamos.
Sólo le pido que me ayude a ser ciudadana italiana y residente española, pero que también me recuerde que soy Argentina (así, con mayúsculas), antes que cualquier otra cosa.
Sólo le pido que me de la gratitud de estar en Barcelona, donde no hace falta vivir con miedo, ni con frustración, ni con indignación, ni perdiendo el respeto hacia todo y todos minuto a minuto; pero que también me recuerde que en mi país hay mucho por hacer aún, y que el trabajo recién empezado (porque estamos empezando a darnos cuenta) es igual de maravilloso.
Sólo le pido poder adaptar mi habla cuando necesite pertenecer, y decir “vale”, “tío”, “gilipollas”, “¡qué guay!”, “muy”, “flipante”, “mogollón”, “qué guapo”, “qué chungo”, o “qué chulo”; pero que también me recuerde que yo aprendí a hablar diciendo “dale”, “che”, “boludo”, “¡qué copado!”, “re”, “alucinante”, “un montón”, “qué lindo”, “qué choto”, o “qué canchero”. Que me recuerde que yo pronuncio “sh” cuando es “y” o “ll”, que hablo en pretérito indefinido en vez de en pretérito perfecto, y que me sigue causando gracia que acá “coger”, “concha” y “pija” no sean malas palabras.
Sólo le pido que me deleite con novedades como el café con leche con hielo, pero que también me recuerde que mi sangre se diluye en agua de mate.
Que me despierte si me encuentra perdiendo la integridad conmigo misma, o negando de dónde vengo, o dándole la espalda a mis raíces, que me hicieron ser lo que soy, y estar donde estoy, agradecida siempre de ello.

Sólo le pido a Dios
que no me deje perder la memoria.
Ni mi acento,
ni mi historia
ni mi pasaporte,
ni a mi familia,
ni a mis amigos;
que es lo mismo.

2 comentarios:

  1. Si vienes por Valencia, tendras una Argentina esperándote con un mate y unas facturas para compartir y recordar nuestra Argentina, y no olvidar
    nuestro acento,
    nuestra historia,
    nuestras familias
    nuestros amigos


    Un saludo de Paula y Manuel

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  2. Genia!!! Que buena nota!!! Saludos desde Buenos Aires!
    Martin
    PD: me encontré de casualidad con tu blog

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