Luego de dar de baja el alquiler de mi habitación en Barcelona, el 1º de noviembre, me estoy pasando estos días del mes, hasta que me vaya, vagando por casas amigas que puedan hospedarme. Una de esas es la casa en la que viví cuatro meses el año pasado. Antes fue como inquilina, ahora como invitada y amiga. (Y pensar que en lo que va de este año ya viví en ocho lugares distintos). Hoy volví a ducharme, entonces, en ese baño que hace un tiempo me fue tan familiar. Sin embargo durante mi ducha, tal vez por los dibujos de los azulejos o la textura de la cortina, un lapsus me hizo pensar que en verdad estaba en Argentina, pero no en mi ciudad, Buenos Aires, sino 260 kms más adentro, en la provincia, en la casa de mi amiga en la que paso los veranos desde hace más de diez años. Este lapsus viene siendo común en mí en este último tiempo. Producto de una pequeña gripe que me afiebra el cuerpo, y producto también de la decisión de volver que me aplasta los hombros y me revuelve las ideas, a veces me asalta una profunda ráfaga de desorientación y me tengo que quedar quieta unos segundos hasta poder reubicarme en tiempo y espacio. Así es como hoy duchándome en Barcelona creí estar en la provincia de Buenos Aires.
Creo que ser nómade tiene una parte muy mala, y es que llega un punto en el que todos los hogares por los que pasaste se te mezclan y confunden, al punto de engañarte. Pero ser nómade también tiene una parte muy buena, y es que te das cuenta que en el fondo, todos los hogares son el mismo.
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