Acabas de vivir una experiencia que te “abrió la jaula”: conociste lugares, gente, ensanchaste horizontes y creciste un montón, una experiencia intensa en la que todos los días sucedían cosas nuevas y había algo digno de recordar y contar. Pero la parte negra es que esa experiencia terminó y regresaste a la cruda realidad: lo C-O-T-I-D-I-A-N-O, ese horrible tedio del día a día que acaba por jorobar la existencia.
El primer impulso que sentimos ante este regreso, aquellos que hemos descubierto el nomadismo como parte fundamental de lo que somos, dice: “¿por qué me regresé? Yo tendría que seguir allá, ¡esa tiene que ser mi vida!” Justo ahí es cuando viene lo interesante del “volar”:
Primero: hay que considerar que cuando estás de viaje y te encuentras inmerso en la belleza de la primera gran experiencia de volar todo se ve hermoso, todo es nuevo, feliz, intenso, digno de contar y las piedras que vas encontrando en el camino son fáciles de sortear y se vuelven secundarias ante todo lo maravilloso que pasa día a día. La cosa cambiaría si en lugar de viajar te fueras a instalar, es como el enamoramiento de una pareja, al tiempo pasa y salen los defectos.
Segundo: cuando regresas, en contraste con la experiencia maravillosa que viviste, el lugar anterior resulta horrible, viejo, gastado, tedioso y entonces empieza el pleito con el país de origen y corres el riesgo de asfixiar las cosas lindas que puedan salir al paso, o ni siquiera verlas.
El truco ahora está en cómo integrar la experiencia a lo cotidiano, porque lo quieras o no la Argentina es tu país y es ahora el espacio que tienes para estar, trabajar, realizarte (no lo planteo como lo definitivo, sino como lo presente). Se trata de disfrutarte y disfrutar el lugar en el que estás, cualquiera que éste sea. Si no aprovechas esta oportunidad que tienes ahora y te quedas sólo con el contraste negativo entonces querrás irte, pero te irás no porque tienes un mejor lugar al cual ir, sino porque no quieres estar donde estás y eso es huir, no volar.
Parte de la integración de la que hablo incluye un paso que a mí me parece que es el más difícil de todo el proceso: aprender a volar en donde estás. ¿Qué es eso? No se refiere literalmente a moverte de manera física como lo harías cuando viajas, porque sería un contrasentido, sino más bien integrar ese vértigo que se siente cuando vuelas a lo cotidiano, a llevarlo contigo donde sea que estés ¿recuerdas esa sensación de cuando estabas en Europa?, bueno, pues el objetivo es que no necesites viajar para vivirlo.
Ese método de vuelo es de cada quién, no te puedo dar la receta porque no existe, para mí por ejemplo, mis dibujos y el arte son mi manera de volar todos los días, eso es lo que me da vida, lo que hace que los días tengan sentido, lo que los hace interesantes y diferentes.
Se trata, de pasar de ser un avión a convertirse en un helicóptero.
Esto es un proceso, toma tiempo, a veces más del que quisiéramos, pero si lo logras te volverás una persona más entera y más feliz, porque el corazón es el primero que debe ser nómada.
Volar no es moverse de un lugar a otro, volar es ser libre de verdad.
Te quiero harto. Muchos besos!
Este correo fue escrito por Clara, para nuestro amigo en común, que anduvo tristón mucho tiempo después de dejar Barcelona.
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