Las ciudades son como amantes. Amantes mujeres y amantes hombres. No por su arquitectura sensual abundante de anchas avenidas o edificios gordos; sino por su humor, su carácter, su capacidad de darte y quitarte. Y por su personalidad.
Porque siempre habrá alguna que te abrace mientras otra te patea el culo. Siempre pueden deslumbrarte apenas entras, y tal vez luego te cansen, te aburran, te desilusionen. Siempre pueden ser igual al resto en la primera impresión, pero a medida que las recorras te pueden ir enamorando. Siempre tienen sus rincones, de belleza, de ternura y de erotismo. Siempre tienen ese olor, ese color, ese sonido. Ríen o gimen en tus oídos, y son capaces de hacerte cosquillas, en la panza y entre las piernas.
Se pueden brindar, transparentes y fáciles. Te pueden agredir, enojadas y caóticas. Pueden ser grises y coloridas, con pocos minutos de diferencia. Pueden cerrarte la puerta en la cara. O pueden llamarte, inclusive cuando ni te acordabas de ellas. Pueden reflejar el sol cuando te ven llegar. Pueden llorar tormentas cuando te ven partir. Pueden hablarte en un idioma tan extraño que aunque sea el tuyo nunca llegues a entender. Pueden darte la espalda o pueden abrirte su pecho. Pueden confesarte sus secretos, o pueden escondértelos; otra posibilidad es que te los vomiten.
Tienen nombres que en tu memoria hacen tanto eco como los nombres de tus álguienes. Tienen luces, para cuando no veas. Tienen el suelo firme, para cuando quieras derrumbarte. Tienen muchas estructuras sólidas, para que puedas sostenerte.
Las ciudades son como amantes, porque te reflejan. Te hacen creer en el amor que te expresan, cuando lo único que existe en realidad es el amor que tú sientes. Te intoxican con sus virtudes y te deforman con sus defectos, y de allí será tu ternura o tu frialdad. Las ciudades se te meten dentro. Y a pesar de lo que digan a tu ciudad tú la eliges: por pasión, por locura, por confort o por amor. Por lo mucho que recibes o lo poco que te niega.
Son como amantes, aunque hay una diferencia.
No tienen ego.
Las puedes dejar sin que se derrumben, y estarán fijas ahí para cuando quieras volver.
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