Uno de los motivos “formales” de mi visita a Buenos Aires en mayo de este año era ocuparme del piso que había dejado allí en subalquiler. No había querido prescindir de mi contrato, y se lo había dado a una amiga que lo ocupaba y lo pagaba. Ganancia cero para mí, pero el resguardo de tener a dónde volver si Barcelona me sacaba de un cachetazo. Como la dueña del piso nunca supo de tal arreglo, en mayo de 2010 debía presentarme ante ella, como fiel inquilina del inmueble, para darlo de baja formalmente y devolverlo, vacío de mis muebles y mis cosas. Aunque lo único realmente propio ahí adentro era la nevera, que había comprado cuatro años atrás en dolorosas cuotas. El resto de los muebles eran préstamos provenientes de distintos fragmentos de mi familia, y sus antigüedades oscilaban con amplitud: un juego de comedor de 1970 –regalo de bodas de mis padres-, un mueble de comedor de 1978 restaurado en 2006, una cama simple con bajo-cama de 1976, dos mesitas de noche de 1987, una biblioteca de media pared de 1972, una silla de escritorio anterior a 1969, y algunos electrodomésticos por suerte un poco más modernos. Por supuesto que el primer piso de soltera nunca pretende ser otra cosa que un cambalache; menuda batalla campal se hubiera armado si los diseñadores originales de toda esa jungla de muebles se hubieran juntado al mismo tiempo en mi casa. De todos modos, tampoco es buena costumbre andar tirando muebles buenos. Por eso es que todo tenía su historia ya antes de llegar a mi pequeño piso, y todo tuvo su destino cierto después de él. Siempre hay alguien que los necesita, siempre hay alguien que puede volver a usarlos, siempre la moda decorativa vuelve, siempre las familias se disgregan y se agrandan. Y si no se prestan porque nadie los quiere, se revenden, se regalan o se donan. Y si están tan rotos que no se sostienen, pues para la leña de un buen asado servirán.
Menudo trabajo conllevaría la repartija de mis cachivaches que, junto con la excusa también de ver a mis seres queridos, ameritó un viaje transoceánico.
Pues hete aquí que en la ciudad de Barcelona las pulgas no se venden, ni se prestan ni se regalan. Se tiran a la basura o se abandonan en las aceras, y de ahí las saca el que las quiere aprovechar. Así es como en la ciudad hay pisos enteros decorados con muebles de la basura. Y yo que tenía en mi pisito de Buenos Aires un juego de comedor de 1970…
Mi nueva compañera de piso de mi nueva vivienda en Barcelona quiere remodelar todo. Remodelar: no reciclar. Remodelar: tirar, tirar y comprar. Y en eso está.
Surrealista debe haber sido el cuadro para todo el que anoche pasó caminando la puerta de mi nuevo piso, con mi compañera tirando, literalmente, todo el piso a la basura. Y cuando digo todo, digo: una mesa de comedor de ocho comensales de vidrio y acero, con sus ocho sillas haciendo juego. Un sofá de dos plazas. Un sillón de una plaza. Una mesita de salón baja de buena madera y diseño ultramoderno. Un escritorio de madera enchapada. Dos muebles de estanterías de pared. Una lámpara de pie de acero. Una mesa de cocina. Una silla grande de plástico acrílico. Dos cuadros pintados al óleo en su bastidor de tamaños descomunales. Un televisor color de tubo de 29 pulgadas en perfecto funcionamiento. Un calefactor. Dos ventiladores. Cualquier cantidad de vidrios, espejos, lámparas, lamparitas, caballetes, tablones de madera, adornos y demás chucherías. Y como si no fuera aún suficiente despilfarro, para todo ello contrató especialmente a dos hombres, que en dos horas desmontaron todo y lo bajaron paulatinamente por ascensor hasta el cubo de basura de la esquina.
Ahora que el piso está desierto esperando muebles nuevos, pienso qué fácil hubiera sido para mí, en mayo de este año, ahorrarme el pasaje a Buenos Aires y pedir que simplemente tiren todo a la basura. Aunque es un poco paradójico, porque supongo que si mi país fuera tan primer mundista como para permitir tales lujos de desapego, y la cultura económica no se basara en el reciclaje (ideológico, material) y la segunda mano, no me hubiera ido de él en primera instancia.
Julio - 2010
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