Estuve viajando treinta y ocho horas. Salí del aeropuerto de Buenos Aires un domingo a las 8:00 hs. Bajé del avión cuatro o cinco horas después, en el aeropuerto de Lima. Ahí dormí cinco horas, estirada en tres asientos, abrazada a mis dos bolsos de mano, con gente de todos los colores pasando a mi alrededor. Y después de eso me subí a otro avión, y estuve en el aire creo que once o doce horas. Llegué al aeropuerto de Madrid a eso de las 15:00 hs. del lunes, y saqué un ticket de bus a Barcelona, el cual tomé dos horas después. Estuve en el bus aproximadamente ocho horas, incluyendo algunas paradas de diez o quince minutos en parajes anónimos de las pampas españolas. Llegué a mi destino final a la 1:00 de la madrugada del martes. Mi reloj marcaba sabe Dios qué huso horario.
Llovía. La ciudad estaba dormida, callada y guardada tras sus puertas. Quizá por eso no sé bien a dónde llegué, aunque algo pude ver desde el taxi, pequeños flashes que hacía tres meses que no veía.
Bajé en lo de mi amiga Olga, que después de abrazarme y preparar café, me convidó con bizcochuelitos bañados en chocolate marca Eroski. (“Bizcochitos”, les dice ella, y los Eroski son los mejores de su especie, pienso yo.)
Y recién ahí, con ese sabor en la boca, caí, a las trompadas.
Ya era un hecho. Estaba de vuelta en Barcelona.
Caer a las trompadas...
ResponderEliminarPercibir la ciudad guardada detrás de las puertas...
Excelentes definiciones!
Cariños
Elisa, en Rosario, Argentina