Una semana después de llegar a Barcelona, volví a hacer el amor con Buenos Aires. Podría haberlo hecho con Barcelona, pero con Buenos Aires me fue más fácil. Conocía el camino hacia su cama casi de memoria, y además se le notaba que quería llevarme ahí. Fue tan dulce que no pude decir que no. Encontró 5€ tirados y compró más cerveza; recuerdo que se quejaba del sonido de mis rodillas subiendo la escalera, mientras yo miraba sus ojos profundos y sabía que ya no me olvidaría de esa noche.
Hice el amor con Buenos Aires. Hice el amor con sus contradicciones, con sus mentiras, su infidelidad, su individualismo. Con su soledad, con su ternura, con su fobia a las promesas, con su inmensa belleza, con su machismo, con su entrega absoluta y su vacío absoluto, con su inocencia, con su inseguridad, su emocionalidad y su insensibilidad, con su riesgosa locura, su bestialidad, su brutalidad, su magnetismo animal. Con su arrogancia y su agresividad.
Nos besamos despacito, como si se nos fuera a romper la boca. Nos besamos como si nos amáramos desde siempre. (Y en realidad nos amábamos desde siempre.) Nos desnudamos poco a poco, nos acariciamos todas las fronteras, todas las autopistas, todos los edificios, todas las avenidas, todos los poros, los puentes, los semáforos y los pelos. Nos besamos todos los ríos y los arroyos, todos los dedos, los hospitales, los faroles, los ojos, todos los árboles, los tatuajes y los trenes. Todos los labios y todos los restaurantes. Nos hicimos cosquillas en las terrazas, en los jardines y en las venas. No podíamos parar de jugar. Buenos Aires se metió adentro de mí, mirándome a los ojos y diciéndome exactamente lo que se sentía entrar dentro de otro cuerpo. Preguntó si estaba bien, porque yo me debatía entre el placer y el dolor. Al terminar el orgasmo, el que peleamos en todas las esquinas, nos abrazamos con potencia, hasta que nuestras panzas transpiradas se pegaran, sin dejar lugar al aire, sin dejar lugar a dudas. Buenos Aires se durmió en mis axilas, y me dijo que si durante la noche hacía ruido le avisara con una caricia.
Después de esa noche siguió el amor, y las contradicciones, las mentiras, la infidelidad, el individualismo. Y la soledad, y la ternura, y la fobia a las promesas, y la inmensa belleza, el machismo, la entrega absoluta y el vacío absoluto, la inocencia, la inseguridad, la emocionalidad y la insensibilidad, y la riesgosa locura, y la bestialidad, la brutalidad, el magnetismo animal. Y la arrogancia y la agresividad.
Una madrugada, sin avisarme ni despedirse, Buenos Aires se volvió a Argentina. Y ahora está allá y yo estoy acá, y sin duda nos extrañamos. Nos necesitamos. Pero somos demasiado concientes de que así estamos mucho mejor.
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