- Lo mejor de irte a otro lugar es que tenés la posibilidad de reinventarte – me dijo mi mejor amiga, algunas semanas antes de que me fuera de Argentina.
Y después de un tiempito de silencio, porque la tristeza abundaba y no había demasiado que decirle al adiós en cuentagotas, empezó a reír, y agregó:
- ¡Imagináte si conocés a un chico, y cada vez que quedás para verlo llegás super puntual! ¡Él va a decirles a todos sus amigos, cuando les hable de vos, que conoció a una chica super puntual! ¡Y aunque parezca mentira, va a estar hablando de la misma Pepa que acá es capaz de llegar dos horas tarde, o directamente ni aparecer!
Fue muy graciosa la idea de imaginarme siendo puntual.
Fue encantadora la idea de reinventarme. En eso.
O en algo.
O en todo.
Y reinventarme me reinventé. Y me reencontré, también. O más bien me encontré, después de haber estado 25 años perdida, afuera de mí misma.
Pero la verdad es que puntual, lo que se dice puntual, no pude ser nunca. Ni antes ni ahora.
Y paseando un día por las callecitas de otoño de esta ciudad, encontré una placita que ojalá pudiera ser mía, y saqué una foto que con un abrazo inmenso, le quiero regalar a todas las personas que alguna vez quedaron en encontrarse conmigo, en alguna esquina o en algún café, en Buenos Aires o Barcelona, y a los que hice esperar, con toda seguridad, por los menos 15 minutos.
Sí, Pepa es impuntual. Y a mucha honra.
¡Qué le vamos a hacer!
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