Entre todas las voces amigas que me alentaron para que hiciera este viaje, recuerdo con especial cariño una, que declaró: “Lo que es para vos, es para vos. No importa la crisis económica internacional, eso no es un problema tuyo. Vos ocupáte de encontrar lo que es para vos, porque eso es ahora y siempre, con crisis, sin crisis, acá, o en Tailandia”. Fue una inyección de espiritualidad; y era exacto lo que necesitaba, justamente porque este viaje, si bien no tenía motivos ni planes claros, se perfilaba en esa vía, en la del crecimiento personal, a nivel alma: no a nivel profesión, economía o currículum, sino a otro nivel mucho más imperceptible en ese entonces.
El primer paso del camino era animarme a volar. Animarme a hacer el viaje, seguir con el “¿Y por qué no?”, desoír las voces de desaliento que me retrucaban no tener un plan concreto, y subirme al avión.
Más allá de todo miedo al desarraigo, al fracaso y al abandono, había una voz adentro mío que me decía que lo hiciera. Y lo hice.
Otra vez arriba del avión. Arriba de tres aviones, para ser más exacta, porque para abaratar costos me recorrí toda Latinoamérica, y mi viaje tardó 24 horas. Mis experiencias pasadas de vuelos en avión habían sido bastante funestas: producto de un exceso de nervios y terror a la fatalidad, los últimos vuelos que podía recordar fueron una sobredosis de sedantes y una devolución constante de mi estómago de toda materia sólida que se haya introducido en él en las 16 horas previas al vuelo. Pero esta vez era diferente. Esta vez tenía una certeza que no me había dado nadie, pero que nadie me podría quitar: TODO IRÍA BIEN. Por primera vez, estuve tan tranquila en el despegue y el aterrizaje como podría haberlo estado en el sofá del living de mi casa, y logré darme cuenta de lo mucho que amo la velocidad; pudre disfrutar esa sensación adrenalínica de vértigo, porque tenía la seguridad absoluta de que todo estaba bajo control. Como en una montaña rusa. Inclusive, durante las profundas turbulencias que se presentaron durante el vuelo, que desmoralizaron a algunos pasajeros y enloquecieron a algunas azafatas, me sentí tan tranquila que ¡me quedé dormida! ¡Mecida por el movimiento del avión! Ahí supe que ese vuelo era el primer paso de algo mucho más profundo que estaba empezando a darse en mí.
Después tuve que aprender sobre la inmigración y sobre vivir en un lugar que no es el propio. Parece pintorezco caminar todo el día con un mapa en la mano, o no saber ni dónde comprar cigarrillos en tu propio barrio, o irse a parar a la cabecera incorrecta de la línea de metro, o no reconocer los nombres de las verduras en el supermercado. Parece pintorezco pero no lo es. No lo fue. Durante mucho tiempo me sentí una intrusa, pensando cómo iba a hacer para abrirme camino en este lugar extraño, hasta que una voz adentro mío me aclaró un poco las ideas, y me dijo que me olvidara de los límites del mundo. Que no pensara en las fronteras dibujadas por el hombre, ni en los idiomas que se crearon para los que se agruparon dentro de esas fronteras, ni en las políticas que se desarrollaron a partir de esas decisiones, ni en las economías que nacieron y crecieron fruto de las vecindades entre esos territorios. Que pensara en el mundo como uno: uno solo y todo mío. Que pensara en los hombres como uno: un solo ser humano, que habla de diferentes formas, cree en diferentes cosas, se viste distinto, tiene rasgos diferentes en el cuerpo y en la cara, o distintos colores de piel, pero que late, respira, bosteza, ríe, llora y ama, igual que yo. Y eso lo hace parte mía. Y por ende le quita hostilidad. Que pensara en mi vida como una: una sola y toda mía. No en dos vidas, la de argentina y la de acá, o lo que era y lo que soy. Si pensaba que estaba dividida, fragmentada, y extranjera entre enemigos, nunca nada iba a salir bien. Pero otra vez, todo salió bien.
Y así es, de eso se trata este viaje para mí. Hay muchos que para cambiar su espiritu o su modo de ver las cosas se va a la India, o a Asia, y está muy bien. Hay muchos que hacen el Camino de Santiago, o el Camino a la Meca, o la Peregrinación a Luján, o tal vez no salen de su casa. Da igual lo que sirva a cada uno. Yo vine hasta Barcelona, para aprender las 1.647 cositas nuevas que aprendo todos los días, que me iluminan un poco más y me acercan más a algunas verdades. Pero sobre todo, que me hacen cada día una persona más feliz.
Y con seguridad: lo que es para mí, está siendo para mí.
Gracias por eso…
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