Argentina Brasil, 1 a 3


Dado el alto porcentaje de argentinos residiendo en Barcelona, el partido Argentina-Brasil de las clasificaciones para el mundial 2010, fue casi casi un evento nacional, el pasado 6 de septiembre por la madrugada. Las calles llenas de argentinos y de brasileños luciendo sus colores en sus camisetas, y los bares llenos de gente queriendo ver el partido. Muchos catalanes también, porque jugaba la estrellita Messi.
Mi hermana y yo nos juntamos con nuestros amigos brasileños (una parejita adorable a la que llamamos “los garotos”) para ver el partido todos juntos. Sin importar las etiquetas de enemistad futbolísitca histórica, lo importante era disfrutar el momento con seres queridos. Así se suavisaría la derrota, si en ella resultaba la victoria de los amigos.
Quedamos para verlo en un bar inmenso de Las Ramblas, en donde, por las nacionalidades de la concurrencia, parecíamos no estar en España.
Creí que éramos solo Argentinos, porque apenas empezó el partido la soberbia y la completa seguridad de que ganaríamos inundó el aire con sus gritos desesperados. Un pequeño jueguito a 200 metros del arco enemigo ya era celebrado como un gol, y no faltaban cantitos que, descalificando a los brasileños y a los homosexuales, usaban ambas palabras como sinónimos y como adjetivos aberrantes. No faltaron momentos en que, ante la pasión calmada y no ofensiva de nuestros amigos brasileros, sentimos vergüenza ajena de que nuestros co-sanguíneos se comportaran así. En fin…
La pelotudez no tardó en ser divinamente acallada, con un gol de Brasil. Un golazo, dicho sea de paso. Un objetivo golazo.
Y la ovación fue tan pero tan grande que recién entonces me di cuenta de que probablemente en el bar fuéramos la misma cantidad de argentinos que de brasileños.
Asombrada, le digo a mi hermana:
-¡Ah! ¡Pero hay un montón de brasileros también!
Y pecando de verdad entre las celebraciones cariocas, ella me contesta:
-¡Claro! Pero ellos gritan en el momento indicado.

No disfruté de que mi equipo fuera acribillado 3 a 1 esa noche. Pero sí de la humillación que muchos se ganaron por prepotentes y agresivos sin sentido.

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