El 28 de junio del 2009 se celebró en Barcelona la 40ª marcha del Orgullo LGBT.
Barcelona fue la primera ciudad del mundo en organizar y celebrar una marcha del Orgullo, así que este 40º aniversario tenía un aire especial. A cada paso alegría, diversidad, amor, orgullo.
Mi curiosidad se basaba (además de en compartir esa alegría, esa diversidad, ese amor, y ese orgullo) en sentir cómo se celebra la pluralidad LGBT en un país en donde la mayoría de sus derechos están reconocidos y concedidos; un país cuyo presidente vota a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, y luego le dice a su pueblo: “Ahora somos un país decente”; un país donde ser lesbiana, gay, bisexual o transexual, no es más importante que ser buena persona, buen trabajador, buen vecino, o buen ciudadano; un país que reconoce que con los ojos no se ve.
En Argentina se lucha en primer lugar por el reconocimiento del matrimonio y de la adopción de niños. Acá, se celebra que esos derechos ya son propios. En Argentina se lucha por ser igual al resto de los ciudadanos, social y culturalmente. Acá, se celebra esa igualdad (y se agradece). En Argentina el orgullo LGBT es el orgullo de descubrir, elegir y soportar ser diferente en un lugar en donde no da lo mismo ser diferente; el orgullo de decir: “soy así, y qué, y me la banco y lo defiendo, y si no te gusta, tu disgusto es mi orgullo”. Acá, el orgullo LGBT es el orgullo de descubrir y elegir ser diferente, y el orgullo de vivir en un país que elogia esa diferencia.
La noche fue una fiesta, una celebración. El aire brillaba.
Entre lágrimas y sonrisas, con un pie en cada lado de la frontera, canté orgullosa la canción icónica de este año, sobre todo porque recordaba algunas ideas importantes: “¿Quién es perfecto?” y “¿Qué es la belleza?”
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