En mi clase de catalán hay una compañera que se llama Mafalda, es portuguesa. Yo no sabía que Mafalda era un nombre real.
Me acordé de nuestra Mafalda, la de los argentinos, la de Quino. La que tenía una amiga que se llamaba Libertad, que era chiquitita chiquitita, y vivía en una casa chiquitita como ella, y tenía una tortuga que se llamaba Burocracia. Claro, (más claro echale lavandina) se llamaba Burocracia porque era lenta, era una tortuga. Pero lo curioso de las tortugas es que no es verdad que sean lentas. Son simplemente perezosas. Van lento cuando no tienen apuro, pero si necesitan comer, o fornicar, o escaparse de un peligro, son increíblemente rápidas.
Unos diez días antes de venir a Barcelona, se me ocurrió, por las dudas, viajar con un certificado de mi título universitario en trámite. Por si en alguna ocasión me tocara defender mi carrera, como todavía no tengo mi diploma, el certificado de que el título está en trámite haría las veces de representante del título oficial. De modo que fui a pedirlo. Luego de dos viajes de 45 minutos a la facultad (el primero fracasó porque al llegar me encuentro con que arbitrariamente se había decidido reducir el horario de atención al público a solamente cuatro horas por día, aunque las jornadas laborales del resto de los mortales tenga el doble de horas), y después de esperar otros buenos 30 minutos para ser atendida, me encuentro cara a cara con un formulario intimidante y con un saldo de $6,00.- por pagar. Luego entonces de ser intimidada, y de pagar el precio de una hojita impresa quince veces su valor, la señorita del otro lado del escritorio me da la feliz noticia de que el certificado tarda veinte días hábiles en salir, y que el trámite es personal, de modo que “si de aquí a veinte días estás en Europa… bueno, te quedás sin certificado”. “Y no hay ninguna excepción que se pueda hacer”.
No es suficiente con esperar un diploma durante mínimo un año, rezando para que no se pierda en los oscuros y misteriosos pasillos de la institución, sino que además, para recibir una muestra gratis del mismo, un algo que diga que a pesar de que es una vergüenza es verdad que el título está “en trámite” durante un año, ¡hay que esperar veinte días (hábiles)! Veinte días por un papel con una firma garabato y un sello de no se quién que diga que efectivamente mi título está en trámite. Veinte días. Veinticuatro años después de que la primera computadora hogareña se lanzó al mercado, chequear una información, imprimirla y firmarla, ¡tarda veinte días (hábiles)! Entonces entendí que no había estudiado en la Universidad de Buenos Aires, sino en la Universidad Burocrática Argentina.
Y luego de esta hermosa despedida de mi país, llego a España, con la necesidad de empadronarme (enlistarme en el padrón de viviendas de Barcelona), y entonces tramitar mi Numero de Identificación de Extranjero que me permitirá trabajar, y entonces obtener un seguro social, y entonces eventualmente hacerme residente española (lo cual no es necesario pero por qué no), y entonces, ya casi como un lujo, abrirme una cuenta bancaria.
A Barcelona llegué un lunes de madrugada. Ese mismo lunes, a las 11 de la mañana, ya estaba empadrona, con un trámite que duró menos de 20 minutos. A los dos días (y fueron dos días por pereza y no por imposición), luego de un trámite de exactamente dos horas, ya tenía mi Número de Identificación de Extranjero ¡y era Residente Española! Esa misma mañana, en una entrevista de 15 minutos, abrí mi cuenta bancaria, sin poner ni un solo céntimo de euro. Un mes después (y fue un mes por pereza también porque podría haber sido esa misma mañana), me di de alta en la Seguridad Social. Después de 4 minutos de espera y 8 minutos de llenar mis datos en una computadora, me asignaron un número y me despidieron sonriendo.
No puedo decir que en España no haya burocracia, porque para todo trámite público se la requiere. Pero en España la burocracia no es lenta. En España nadie piensa “hagamos todo mal, todo torpe y todo trabajoso, por las dudas, aunque no sea más barato”, antes de hacer las cosas. En España nadie enlentece las cosas innecesariamente, solo para dar la sensación de que lo público es de peor calidad, per sé.
Y, con una profunda lástima en mi pecho, y un gran dolor por el devenir equivocado de mi país, me doy cuenta de algo: Quino debía saber que las tortugas no son realmente lentas, sino sólo perezosas, cuando se les ocurre.
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